La lucha obrera en tiempos de crisis: la huelga de las minas de hierro de Camargo en los años 30
El conjunto de obreros de la mina La Paulina protagonizó un duro ejemplo de lucha en una situación de crisis del sector, en unas condiciones y circunstancias sumamente adversas para ello.
Las minas de Camargo cesaron su actividad definitivamente a principios de la década de 1980, tras protagonizar sus trabajadores un encierro y huelga de hambre en la catedral de Santander
“Cuatrocientos obreros mina Camargo,
huelga convertida actualmente paro forzoso por acuerdo Empresa inglesa
cerrando aquella, hállanse muy precaria situación, presentándose hoy
manifestación petición de auxilios. Poderes públicos que respetuosamente
me permito apoyar. Sería suma conveniencia gestionar de ministerio de
Fomento urgente resolución expediente traída aguas Camargo. Ruego para
todo interés vuecencia, saludo respetuosamente”.
Este es el texto del telegrama que el gobernador civil de
la entonces provincia de Santander, José María Semprún Gurrea, envió a
los ministros de Fomento y de Trabajo, el 21 de septiembre de 1931.
Horas antes, un grupo de unos 200 mineros provenientes de Camargo (de la
mina de hierro La Paulina) se había manifestado pacíficamente por las
calles de Santander al tiempo que una comisión de trabajadores mantenía
una reunión con el mencionado gobernador para que perseverase en su
papel mediador y propiciara la vuelta a la normalidad, algo que aún
tendría que esperar al pie de 29 meses, casi dos años y medio para
producirse.
En Cantabria la actividad minera empezó a adquirir cierta
relevancia dentro de la estructura económica regional a partir de la
década de 1850. Tres décadas después ya constituía una firme alternativa
frente a la actividad comercial, en crisis por aquellos años. Los
minerales en los que se basaba la potencialidad del sector eran, por una
parte, el cinc, sobre el que existía una fuerte concentración
productiva y empresarial a cargo de la empresa belga Real Compañía
Asturiana de Minas y, por otra, el hierro, que se extraía en la mina
objeto de este texto.
Los principales yacimientos de hierro se localizaban en
dos áreas próximas a la costa. La primera se ubicaba en la comarca de
Castro Urdiales, colindante con los ricos criaderos vizcaínos de
Somorrostro, con los que geológica e históricamente se haya vinculada.
El otro gran grupo ocupaba la zona sur y suroeste de la Bahía de
Santander en municipios como Medio Cudeyo, Entrambasaguas, Penagos,
Villaescusa, Piélagos o Camargo, que en mayor o menor volumen
concentraban la extracción del mineral.
La mina de hierro La Paulina, cuya explotación se remonta
a 1865, había sido adquirida en 1886 por la sociedad escocesa William
Baird and Company, con sede en Glasgow, a un grupo de capital
santanderino. El fundamento de la transacción obedecía a factores como
la proximidad del yacimiento al puerto de embarque (lo que minoraba las
inversiones en infraestructuras y costos de transporte), el escaso
contenido fosfórico del mineral, idóneo para el proceso de
transformación, la explotación a cielo abierto o el bajo coste de la
mano de obra. El periodo que va desde finales del siglo XIX hasta el
comienzo de la Primera Guerra Mundial es el de mayor esplendor de la
actividad no solo en Camargo sino también en el ámbito de la Bahía de
Santander.
La fase expansiva de la minería del hierro en Cantabria
tocó a su fin hacia 1920 motivada por el retraimiento de la demanda
debida a la crisis que siguió a la Gran Guerra, la puesta en explotación
de otras zonas que ofertaban el mineral a menor precio (por ejemplo, en
el norte de Marruecos), el desarrollo de nuevos procedimientos
tecnológicos, el progresivo agotamiento de las mejores vetas del
mineral, la carestía de los transportes marítimos, etc.
La posterior crisis de 1929, una vez que extendió sus
efectos por todo el mundo, constituye el telón de fondo del conflicto
desencadenado en la mina de Camargo. De hecho, la caída de los precios
del mineral de hierro y la vinculación a la industria británica,
destinataria de la producción, afectaron decisivamente a la actividad de
esta explotación.
La II República abrió un tiempo en el que las de
reivindicaciones de los trabajadores encontraron un marco político y de
libertades más propicio. El aumento de la conflictividad motivada por la
demanda de mejoras laborales y salariales fue un hecho tanto en el
ámbito territorial próximo (Valle de Camargo, entorno de la Bahía de
Santander) como en el sectorial (actividad minera e industrial).
A comienzos del verano de 1931, los trabajadores habían
pedido un aumento de salario de quince céntimos (de peseta), sobre las
5,92 pesetas que constituía el sueldo diario tipo de los mineros
camargueses, en la idea de homologarse con los de las explotaciones
vizcaínas, petición que ya había sido objeto de acuerdo el año anterior y
que no se había consolidado, tal y como señala el profesor Gerardo
Cueto en su obra ‘La minería del hierro en la Bahía de Santander’.
A la inexistencia de contraofertas por parte de los
ingleses, que es como se identificaba y conocía en la zona al personal
directivo de la entonces denominada Bairds Mining, se añadió el anuncio
de cierre patronal, escudado en la existencia de grandes excedentes de
producción. Los obreros se vieron abocados a un callejón cuya única
salida pasaba por la adopción de una medida de mayor fuerza, por
anticiparse al decreto patronal, por lo que el 11 de agosto de 1931 se
declararon en huelga.
El conflicto afectó a unos 400 trabajadores del municipio
de Camargo y de localidades próximas. Su gravedad fue tal que los
poderes públicos, encabezados por el gobernador civil y el propio
Ayuntamiento de Camargo se involucraron desde un principio en la
búsqueda de soluciones. La acción y las negociaciones por el lado de los
obreros se articuló a través de la Sociedad Minera y Obrera del Valle
de Camargo, adscrito a la UGT.
Una de las características más acusadas de esta huelga
reside en su larga duración. A la hora de encontrar posibles
explicaciones a tal hecho, cabe preguntarse por los medios de vida que
tuvieron los trabajadores para contribuir al sostenimiento de las
precarias economías familiares durante este tiempo. No parece haber una
única respuesta a esta cuestión: la existencia de un modelo
relativamente extendido de pluriactividad familiar, resultado de la
incorporación del campesinado a la actividad minera e industrial,
propició que los recursos agrícolas, a pequeña escala, pudieran
amortiguar los primeros efectos de la falta de salario. Aquellos
trabajadores que poseían una explotación ganadera, aunque fuera
reducida, pudieron soportar mejor el paso del tiempo. En otros casos, no
muchos, la solución fue buscar trabajo en otra industria. Pero sin
duda, el colectivo más numeroso fue el de los trabajadores que fueron
recabados por el Ayuntamiento para la realización de infraestructuras
básicas: construcción de caminos y carreteras, arreglo de edificios
públicos y, sobre todo, la traída de aguas, en la que participaron
fundamentalmente los parados de la mina empadronados en el municipio de
Camargo.
Pero, a pesar de todo, la penuria fue notable. El
Cantábrico, diario de la época, recoge escenas en las que algunos de los
que no consiguieron una ocupación alternativa, se vieron abocados a
deambular por las carreteras, “con los pies descalzos y heridos,
pidiendo un pedazo de pan para los suyos”.
Pasaban las semanas y pasaban los meses, y aunque las
vías de diálogo no se llegaron a bloquear, la postura de intransigencia
total por parte de la Bairds Mining hacía imposible cualquier
entendimiento. La empresa era perfectamente consciente de que el tiempo
corría a su favor; de hecho, en las negociaciones mantenidas, mientras
los representantes del sindicato hacían concesiones y ofrecían
contrapartidas, la compañía, a través de su representante, Modesto
Piñeiro Bezanilla (hijo de Modesto Piñeiro Pérez, fundador de una
conocida dinastía santanderina dedicada a los negocios comerciales y a
la política), se escudaba en la crisis mundial y en las grandes
cantidades de mineral almacenadas, sin salida, para no ceder en
absoluto. Así las cosas, el corresponsal de El Cantábrico se preguntaba
si “¿no pudiera ser que la empresa desease un conflicto de estos que
sirviese de pretexto para resolver el suyo propio?”.
La huelga, tras casi 30 meses, ya agotadas las
posibilidades de resistencia, terminó con la derrota total de los
mineros y de su representación. El sindicato se avino con la empresa a
la progresiva recuperación de la actividad sin haber logrado ninguna
mejora. Incluso la compañía consiguió elegir a los 40 obreros que
acometerían los trabajos de reparación y puesta a punto de las
instalaciones, cuestión esta a la que los representantes de los
trabajadores se habían negado taxativamente en las negociaciones
desarrolladas a lo largo del conflicto, por entender que “los ingleses”
escogerían a los trabajadores más dóciles, ofreciendo como alternativa
que fueran obreros afiliados al sindicato los que llevaran a cabo dichas
tareas.
Poco tiempo después se renovaba la Junta del Sindicato
Minero del Valle de Camargo. Por testimonios orales conocemos que no por
haber perdido la huelga se dejaron de demandar mejoras en las
condiciones de trabajo, tales como la construcción de un comedor, que el
día de cobro se trabajase un cuarto de hora menos para ir a por el
jornal a la oficina o que la compañía dispusiera un caballista y un mulo
para renovar el agua de los barriles que bebían los trabajadores, que
anteriormente estaba depositada allí días y días. La reivindicación de
estas cuestiones tan elementales constituye una muestra de las precarias
condiciones en las que se desarrollaba la actividad laboral, al tiempo
que denota el talante mezquino de la compañía británica.
Así pues, el conjunto de obreros de la mina La Paulina
protagonizó un duro y claro ejemplo de lucha en una situación de crisis
del sector, en unas condiciones y circunstancias, por lo tanto,
sumamente adversas para ellos. Una primera lectura apunta a la derrota
de los trabajadores y al fracaso de la estrategia sindical, pero esto no
es incompatible con la interpretación de que la inflexibilidad mostrada
por la empresa, más que un signo real de fuerza, constituyó la
demostración de que los buenos tiempos de la minería del hierro habían
pasado y que el futuro se perfilaba bastante incierto. El cierre, en
1941, y la venta a la sociedad regional Nueva Montaña Quijano, cinco
años más tarde, no supusieron en definitiva más que el colofón a un
negocio que después de la crisis del 29 ya no resultaba suficientemente
rentable para el capital británico. La memoria y recuerdos de quienes
vivieron y, en muchos casos, padecieron aquellos años, son testigos de
aquel tiempo.
Las minas de Camargo cesaron su actividad definitivamente
a principios de la década de 1980, tras protagonizar sus trabajadores
un encierro y huelga de hambre en la catedral de Santander, en el mes de
agosto de 1981, ante el incumplimiento de Nueva Montaña Quijano del
acuerdo de integración de la plantilla (54 trabajadores) en su factoría
siderúrgica.
Al profesor e historiador Vicente Fernández Benítez (1953-1998), pionero en Cantabria en hacer una historia de todos y con todos
Fuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario